Yo vi todo. Estaba posado
en una rama a lo alto de un árbol lleno de hojas naranjas. Cayó unos metros atrás
mío, pero pude girar para ver que sucedía. La delicadeza de sus movimientos era
una obra de arte, eran perfectos. Ella era hermosa, el resplandor blanco a su
alrededor le daba un efecto especial que solo le podía quedar bien a un ser de
esa magnitud. La luz en la noche estaba delante nuestro y no podíamos quitarle
los ojos de encima, no podíamos dejar de verla. La seguí de rama en rama mientras
ella tocaba cada árbol, cada hoja, mientras cerraba los ojos e inhalaba profundo
para poder conectarse mediante sus pies descalzos con la eternidad del bosque.
Vestido celeste, ojos azules, blanca como la nieve y el pelo gris.
Se escucharon gritos
cuando la estrella mas grande vino a buscarla enojado por no
estar donde se suponía que la blanca dama debía estar.
Pensé que ella era
inteligente porque iba escondiéndose a medida que lo veía mas cerca, hasta que
se escondió en la cueva de un ser con una llama apagada. Pude escabullirme en
la cueva antes de que ella la cierre.
Escuche como este ser
le ofrecía refugio mientras la buscaban, ella aceptó con la condición de que le
cuente su pasado.
La cueva estaba habitada
por un ser lastimado de ojos celestes, antes solía ser un gran comandante de su
grupo, una llama que se mantenía encendida a pesar de todas las desgracias que
le pasaban, pero un día le arrebataron el amor y nada volvió a ser como era
antes. Desde ese día eligió la oscuridad antes que la ilusión, prefirió quedarse
en soledad y ver el amor desde lejos que volver a involucrarse en algo donde alguno
puede salir herido.
Ella lo miro a los
ojos y se dio cuenta que esos ojos celestes estaban llenos de una tristeza a la
cual solo su amor lo podía curar. Volvió a mirarlo a los ojos y lo besó. Un
beso fue suficiente para encender la llama de un fuego que no se puede apagar.
Un ser celestial llena de amor y un ser terrenal lleno de tristeza.
Fue un encuentro fugaz
y una despedida emotiva. Se ven una vez por mes todos los meses. El le canta
desde el borde de un acantilado y ella lo espera.