La comodidad del viaje de vuelta a casa se veía interrumpido por una lluvia que a pesar de no estar pronosticada se veía venir. Tenia dos opciones seguir derecho y hacer el recorrido habitual o tomar un atajo. Opté por la segunda ya que me es incómodo manejar con lluvia ademas de que tenia muchas ganas de terminar con la jornada laboral y por lo que pude observar todos tuvieron ese mismo pensamiento. En mi cabeza no pare en ningún segundo de pensar en esa mala decisión. Puse música para tratarlo de hacer mas llevadero pero un cd que se traba cada dos por tres no es buena compañía. Un viaje que no suele pasar de los 35 minutos se transformó en un tedioso andar de una hora y media a la misma velocidad que un peatón. Al llegar se me hizo imposible poder ignorar las ganas de tomar un buen café mientras mirara algún partido de fútbol en la televisión. Prendí la tele para tratar de enganchar algo antes de hacer alguna otra cosa y no había cable. Ese deseo se volvió una obsesión en el momento que estaba predispuesto a gastar mis ultimas energías en prepararlo. Cuando de repente me di cuenta que la mejor decisión que tomé en el día fue no cambiarme apenas llegara porque para desgracia mía otra mala noticia se presentaba, no había café. Antes de salir miro el paraguas pensando si llevarlo o no, pero decidí no llevarlo porque podía soportar la leve tormenta, no era gran cosa. A mitad de camino llovía como si una cascada me persiguiera a donde vaya. Llegué al almacén con un poco mas de agua que dos océanos pacíficos y leí las peores palabras que podían estar en ese lugar, definitivamente "cerrado por vacaciones" pasaron a ser las palabras que mas odio. Mientras volvía resignado sucedió lo típico que nos sucede a la gente torpe, esa maldita baldosa floja que mas que simplemente sumarme unas gotas a mi ropa mojada fue una confirmación de lo que suponía, no era mi día. A unos pasos de la puerta de mi edificio sube mi vecina y tuvimos una leve conversación mientras esperábamos el ascensor en donde yo le contaba mi pésimo día lleno de decisiones que lo único que hacían eran empeorar las cosas. Para sorpresa mía me dejo hablar sin interrumpir y cuando terminé llegó el ascensor al mismo momento que ella soltó un "Falleció mi abuelo" sentenciando que el viaje hacia el séptimo piso iba a ser un silencio incomodo luego de que soltara un pálido "Lo siento".
Me puse a pensar en esas pequeñas cosas que a mi me hacían tener el peor día de la semana y ella teniendo todo lo que a mi me faltaba la estaba pasando peor que yo. Mientras me bañaba entendí que cada cual sufre su infierno y disfruta su paraíso. Nadie va a sufrir lo que vos estas sufriendo y vos no vas a poder disfrutar lo que el otro disfruta, esa fue la mejor lección de mi vida. Al salir de la ducha suena el timbre, era mi vecina, con un poco de café para compartir. La invite a pasar y nos quedamos hablando unas pocas horas. Se fue con su dolor pero con un millón de sonrisas en el bolsillo. Al poco tiempo volvió el cable y tuve la segunda mejor lección de mi vida: Las cosas mejoran cuando menos tiempo falta para ir a la cama.
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